domingo, 27 de julio de 2008

Lluvias


Originalmente cargada por Joel Martínez.flickr

Una noche llovió en todos los cajones de la casa. Al principio, llegaron las aguas mansas del olvido y aquello fue como escuchar un piano en la distancia porque la llovizna acariciaba los rostros y repartía alivios en la soledad de los recuerdos.


En algún momento, al amanecer, la madre nos pidió que sacáramos de las estanterías todo lo que habíamos guardado a lo largo de los años y lo depositáramos en las mesas, en los pasillos, en el piso porque le preocupaba que aquel chipichipi pertinaz oxidara los cuchillos y ennegreciera la plata como sí ésta hubiese probado de pronto el sabor de un hongo venenoso.

Así comenzó todo.

Después, vinieron otras aguas: cordonazos, equipatas, nortes y chubascos completaron sus ciclos. Entraban en las cajoneras y se iban después de descargar su llanto, dejando en las tablas de pino y roble el olor del bosque revivido.

Entonces, si alguien entornaba la hoja del trinchador, asomaban los rayos y las centellas y se escuchaba el rugido del trueno y el viento meciendo las copas de los árboles. Una vez que nos acostumbramos al prodigio, rodeábamos a los muebles para ver lo que en la profundidad de su corazón sucedía como cosa de encantamiento. Pero también aprendimos de las lluvias del odio y las rencillas.

Llegaban como monzones para sacudir los armarios de quienes andábamos con el ceño fruncido y con la mala sangre en la mirada. Y hasta un meteoro de rencor hubo que se convirtió en aguanieve en el tocador de una a hermana despechada de amores.

Otras eran las nubladas que se nos entregaban como las alegrías y las rondas infantiles, que repicaban a la risa de los adultos con el dulce sonido de los metales, que escurrían como hilos brillantes sobre los vasos, la porcelana y las tazas de café. Eran aguas de sobremesa, apacibles como corderos que dejaban abiertos los aires de la conversación y el reposo de los licores en la credenza.

Y había también una lluvia para enamorados, oscura, cálida y misteriosa. Eran un chaparrón travieso que sólo aparecía en las gavetas de los afortunados y que alguna vez manchó con sus salpicaduras la bombonera de una tía solterona y en otra ocasión en el baúl de las sirvientas.

Existía una torva que a los niños amaban porque les permitía mojarse contraviniendo las prohibiciones materna, a la hora de jugar a las escondidillas y buscar refugio seguro en el desván y los roperos. Sus gotas refrescaban en la temporada de calores y eran como la leche tibia de las meriendas cuando el invierno arañaba nuestra puerta. Era una lluvia juguetona que envolvía con sus nubes a los soldados de plomo hasta deslavar sus uniformes, liberándolos de sus bandos y sus órdenes.

El último de los aguaceros auguraba desgracia: sus nubes se apiñonaban negras en los gabinetes y los escritorios de los desventurados y dejaban manchas de barro incluso ahí donde la limpieza era constante. Su lloviznar era lánguido y lóbrego, desvelaba los corazones y aumentaba las zozobras.

Jamás las nombramos aunque nos habituamos a su presencia: ya no nos sorprendía aquel viento frío que la acompañaba y menos aún la oscuridad, la bruma y los lamentos. Algo de fantasmal vivía en sus aguas y si en un descuido nos tocaba la punta de los dedos, dejaba en ellos el hielo de la muerte y los golpes de la desolación.

Pero, así como llegaron, las lluvias se fueron, sin dar aviso.

Fue una madrugada porque a la mañana siguiente los cajones de la familia recuperaron -secos y frescos- el olor de las bolsas de naftalina que la abuela ponía en todos los rincones para preservarlos de la polilla y los malos humores.

Nunca más aquellos temporales volvieron a perturbar la casa. Pero es seguro que la humedad anidó en nuestros corazones porque de otra manera no se explica la facilidad que tenemos para el llanto.

["Lluvias" de Leo Eduardo Mendoza. Tomado del libro recopilatorio "Para Leer de Boleto en el Metro 9", 2008.]

2 comentarios:

Astartea dijo...

Ya lo lei, está bueno, no me tomó más de 10 minutos leerlo completo ^^

je, saludos

Z € ƒ ƒ € dijo...

^^ que bien! Tendré que irme a comprar más libros, por que el del Metro ya me lo sé.

Saludos iLi!